El impacto a analizar contempla la superficie ubicada en el territorio de Chile, específicamente entre las regiones de Valparaíso, Metropolitana, Libertador Bernardo O'Higgins, Maule, Bío-Bío y La Araucania, las cuales se encuentran localizadas entre los 32° 02' y 33º 57' de latitud sur y entre los meridianos 70° y 72° W hasta los 37º35' y los 39º37' de latitud sur. En cuanto a su ubicación dentro de Chile, están situadas en diferentes zonas de este país: Las cuatro primeras pertenecen a la Zona Central de Chile, mientras que las 2 últimas pertenecen a la Zona Sur de Chile.
En cuanto al dinamismo, el espacio geográfico especificado últimamente ha sufrido una importante transformación de territorio debido al fenómeno del terremoto, manifestando cambios en la apariencia y fisonomía a través del paisaje.
Si consideramos cada una de estas regiones un espacio geográfico, se podría decir que entre éstas existe cierta homogeneidad, ya que las ciudades han sido agrupadas de acuerdo a ciertas variables como su ubicación, clima, latitud, etc., que finalmente determinan que una cierta localidad pertenezca a una región específica y no a otra.
En cuanto a la magnitud de este territorio, si tomamos como referencia Chile, es posible admitir que éste abarca gran parte del territorio nacional, por lo tanto lo ocurrido en estas regiones posee importantes repercusiones en gran parte de la población del país.
Ya mucho se ha hablado sobre las consecuencias en cuanto a infraestrutura y económicas que ha tenido el terremoto que vivenciamos el pasado 27 de febrero, sin embargo, esto no ha sido equitativo con los problemas psicológicos que ha dejado en las personas afectadas, y más específicamente con aquellas reacciones que son propias del ser humano al verse enfrentado a un desastre natural de esta magnitud, donde la sensación de pánico y vulnerabilidad abundan, tomando en cuenta que, según estudios, "cerca del 80 por ciento de la población que vive este tipo de desastres naturales, padecen de este cuadro de síntomas, pero por lo general duran sólo dos semanas, según los especialistas este es el tiempo necesario para procesar e internalizar lo ocurrido".(1) Quienes saben y concoen de este tema, "advierten que está comprobado que las grandes catástrofes tienen un impacto en la salud mental a mediano y largo plazo, donde las lesiones psicológicas no se curan tan fácilmente como las heridas."(2). Cómo mucho, se habilitó por parte de la Fundación Paréntesis un Fono Acogida con el objetivo de ayudar a quienes presenten este tipo de problemas, sin embargo, si consideramos lo anteriormente afirmado, no hay que olvidar que este es un problema que trae consecuencias a largo plazo y como tal, necesita ser tratado y no merece ser olvidado por otros problemas o por el paso del tiempo, puesto que "luego de suplir las necesidades básicas de las víctimas, se hará necesario la asistencia emocional para evitar problemas psicológicos como consecuencia del trauma"(3), de manera que si esta situación no es tratada, se tendrán siguiendo repercusiones en nuestra sociedad.
Finalmente, conviene agregar que esta ha sido una instancia para poder reflexionar sobre la geografía y su objeto de estudio; ya que la gran mayoría de las personas podrían pensar que en un caso como éste, el rol principal de esta ciencia estaría focalizado en el estudio del "fenómeno terremoto", sin considerar las repercusiones humanas que un hecho como éste puede tener. Sin embargo, acá se puede constatar que la geografía, como ciencia social además de fenómenos naturales, también estudia el espacio organizado por los grupos humanos, haciendo uso de la geografía política, la demografía, la geografía económica y la geografía urbano rural; ramas de la geografía desde las cuales también puede ser analizado un fenómeno natural como el descrito.
Marc Bloch plantea que existen dos maneras de ser imparcial: la del sabio y la del juez, y que ambas poseen un origen que comparten y que es “la honrada sumisión a la verdad” (p.108) . Sin embargo, luego de que ambos buscan la verdad, juez y sabio se diferencian en su actuar: “Cuando el sabio ha observado y explicado, su tarea acaba. Al juez, en cambio, le falta todavía dictar sentencia” (p.108). El juez debe emitir un juicio de valor, ya que plantea Bloch que, para condenar o absolver – que es aquello que realiza un juez – es necesario tomar partido en una tabla de valores. El sabio, por su parte, debe abstenerse sólo a observar y explicar, evitando juzgar. Es consciente de que el contexto histórico en el que ocurrió el hecho analizado, no es el mismo en el que se encuentra él ahora, y dado lo anterior, acepta que los ideales comunes difieren completamente entre un contexto y otro. Desde esta perspectiva, Bloch cree que es necesario abandonar la postura del juez al momento de explicar un hecho histórico, intentando ante todo explicar y comprender los acontecimientos, sin emitir juicios de valor ni intentando justificar de alguna manera lo ocurrido y es porque comparto esta postura frente a la historia que considero que un hecho, personaje o acontecimiento histórico, sea cual sea, no tiene derecho a ser juzgado.
Mi intención, consiste en que el lector comprenda el acontecimiento histórico que se presenta a continuación. Es por esto, que en este caso particular, considero que es necesario dar a conocer los diferentes hechos ocurridos anteriormente para así lograr una comprensión significativa del acontecimiento. El derecho a sufragio para la mujer en Chile, puede ser visto como un hecho que cambia de un momento a otro simplemente con la promulgación de una ley, sin embargo, no podemos negar que detrás de este suceso, existieron otros que fueron determinantes. He aquí un poco de historia... En la imagen, Amanda Labarca, destacada pedagoga, quien tuvo importante participación en la lucha que dieron las mujeres por lograr el derecho a voto, cuyo primer triunfo fue participar en las elecciones municipales de 1935.
Corría la primera mitad del siglo XIX con un dominio del pensamiento conservador católico, donde la concepción de la mujer estaba ligada directamente a su rol familiar, como hija, esposa y madre. Se trataba de una imagen desvinculada de los temas sociales y políticos que acaecían en aquellos tiempos, con excepción de aquellos pocos que intervienen en las relaciones familiares, donde la mujer ocupaba una posición central. No obstante, es con la ampliación del sistema educacional, y con el acceso de la mujer a ésta, que sus fronteras se comienzan a ampliar y así se propicia un incremento de espacios sociales para el género femenino, otorgándole una presencia más activa y visible en la sociedad. Se comienza así a disminuir el desequilibrio social existente entre ambos géneros y las negaciones públicas y privadas. Sin embargo, era la Constitución Política de aquellos tiempos, la que establecía el modelo de mujer. Los derechos de la mujer soltera, corrían la suerte de ser muy similares a los de los hombres, con excepción de ciertas prohibiciones para ellas, pero quien resultaba más perjudicada ante la ley, era la mujer casada. La Patria Potestad le concedía al marido diferentes tipos de poderes sobre los bienes, cuerpo e integridad física de la esposa y también derechos sobre los hijos, teniendo a su vez ésta, prohibido el realizar actividades comerciales sin la autorización previa del marido legal. Y por supuesto, fuera cual fuera su estado civil, la mujer estaba impedida de votar. Es en noviembre de 1877, cuando se le permite el acceso a la mujer a la enseñanza universitaria con el decreto conocido como El Decreto Amunátegui y así, el género femenino comienza a integrarse a funciones de mayor reconocimiento ligadas con el mundo laboral, ante lo cual se dan inicio a demandas para mejorar las condiciones de su género. Es Martina Barros, una de las pioneras en la lucha por la emancipación de la mujer, quien en los primeros años del siglo XX comienza a dar charlas y conferencias sobre la necesidad del voto femenino, donde saca a relucir que nada tiene de preparación el más simple de los hombres que lo haga ser superior al género femenino, afirmando que “sin preparación alguna se nos entrega al matrimonio para ser madres, que es el más grande de nuestros deberes” (Barros, Martina, El voto femenino, Revista Chilena de Santiago, I. Santiago, 1917, pág. 87). Es así también como esta incipiente emancipación económica, cultural política y social de la mujer se ve impulsada por la economía industrializada que empieza a aflorar. En las zonas mineras esta situación se veía aún más reforzada, ya que la mujer se encuentra más ligada a la actividad laboral, hecho que provoca la búsqueda para defender sus derechos y su participación activa en diversos movimientos, campañas y organizaciones. Todos lo anteriormente nombrado, como lo es la fundación de escuelas para la educación de la mujer, el decreto del Ministro Amunátegui, la incorporación de la mujer en el mundo laboral –y su legitimación obtenida por cursas estudios universitarios- entre otros sucesos, van provocando un clima propicio para que la mujer comience buscar la validación de su voto en la sociedad chilena. Múltiples organizaciones e incluso partidos políticos surgen en la primera mitad del siglo XIX. Éstos no tienen como objetivo principal la obtención del voto político, sino que más bien buscan erradicar los efectos que trae en la vida cotidiana la desigualdad legal entre géneros. Poco a poco las mujeres comienzan a debilitar las barreras de las prohibiciones civiles, manifestándose cada vez con mayor claridad la intención de ser partícipes en la vida republicana del país, al mismo tiempo que el derecho a voto ya había sido obtenido en países desarrollados como Estados Unidos e Inglaterra. Sin embargo, el derecho a voto de la mujer tenía por supuesto detractores: “los partidos políticos de diversos espectros, se atemorizan ante la incertidumbre electoral que significa incorporar a las mujeres a esos procesos. Mientras los sectores conservadores proyectan la imagen de la mujer centrada en la familia, los grupos de centro y de izquierda, luego del voto municipal, observan que el voto femenino va a incrementar las filas de la derecha política” (Crónica del sufragio femenino en Chile, Diamela Eltit, Servicio Nacional de la Mujer, SERNAM, 1994, p. 47) . Comienza la formación de centros femenino que buscan la emancipación social, inspirados en la figura de Belén de Sarraga, librepensadora española quien viene a Chile a dictar conferencias a favor del derecho a voto femenino. Entre éstos se encuentran el Círculo de Lectura, por parte de Amanda Labarca, el Consejo Nacional de Mujeres, el Partido Cívico Femenino, la Unión Femenina de Chile; todos a favor del derecho femenino a voto. Tanta presión logra que en el año 1931 se le otorgue el derecho a sufragio municipal a la mujer a partir de los 25 años. Se dicta el D.F.L. N°320 (art. 9, letra b), que habilita a mujeres a votar y a ser elegidas en las elecciones municipales de 1935. Este mismo año, nace el Movimiento Pro Emancipación de la Mujer Chilena (MEMCH), a cargo de Elena Caffarena, para convocar a las mujeres de todas las clases sociales a luchar por la liberación social, económica y jurídica de la mujer. En 1944 se decide crear la Federación Chilena de Instituciones Femeninas (FECHIF), bajo la presidencia de Amanda Labarca, la cual fue la federación más poderosa de movimientos femeninos en Chile. En 1946 surge el Partido Femenino, cuya líder es María de la Cruz, pero es la FECHIF la que finalmente presenta antes el Senado un proyecto de ley que busca modificar la Ley General de Elecciones. Definitivamente, es el 15 de diciembre de 1948 cuando se aprueba el proyecto de ley, el cual es firmado con la asistencia del aquel entonces Presidente de la República, don Gabriel González Videla, Ministros de Estado y autoridades, en un acto público en el Teatro Municipal el 8 de enero de 1949. Finalmente, es después de casi 40 años que luego de tanta lucha, las mujeres logran su objetivo de hacer valer sus derechos y poder así determinar qué tipo de gobierno, proyectos y autoridades las van a representar. El 14 de enero de 1949 fue publicada la ley N° 9292 en el Diario Oficial de Chile que permitió el sufragio femenino irrestricto.